lunes, 6 de octubre de 2025

EL ARBITRAJE TAMBIÉN JUEGA

LA PESADA MOCHILA EMOCIONAL DE ALIANZA LIMA

No es casualidad que los jugadores de Alianza Lima salgan a la cancha con el ceño fruncido, la tensión a flor de piel y esa sensación de que cualquier error se pagará doble.

No se trata solo de fútbol, sino de lo que la psicología del deporte llama estrés competitivo percibido (Lazarus, 1991). Cuando un futbolista siente que no compite en igualdad de condiciones, su cuerpo y su mente reaccionan en modo defensa: se desconcentra, comete errores simples y pierde esa chispa de creatividad que distingue a los equipos que juegan con libertad.
Mientras tanto, al frente está Universitario de Deportes, que juega con la tranquilidad que da saber —aunque sea inconscientemente— que el margen de error es mayor.
Esa “sensación de impunidad” no es un invento aliancista: está respaldada por la teoría de la autoeficacia de Bandura (1997), que explica cómo la confianza en el entorno potencia la seguridad en la ejecución. Es decir, cuando crees que nada grave te va a pasar, te atreves más. Y eso, en el fútbol, marca la diferencia entre arriesgar o dudar.
Por eso, reducir todo a “Alianza pierde por culpa de sí mismo” es una lectura superficial. Nadie rinde igual cuando siente que el sistema está en su contra. Los íntimos no solo enfrentan a once rivales, sino a un escenario emocional contaminado por decisiones arbitrales que rompen el equilibrio psicológico del juego. Y mientras la “U” avanza con aire de justicia proclamada, Alianza carga con el peso invisible del desamparo mental. En el fútbol, como en la vida, no se puede competir con serenidad cuando el silbato también juega en tu contra.
La raíz del problema no está solo en el VAR ni en los árbitros, sino en la desconfianza estructural que envuelve a todo el fútbol peruano. Las decisiones dirigenciales, las sospechas que se repiten fecha a fecha y la opacidad en la gestión de la FPF y los clubes más poderosos alimentan la percepción de que aquí no gana siempre el mejor, sino el mejor conectado.
En ese contexto, el jugador aliancista no solo lucha contra un rival o un reglamento, sino contra un sistema que ya parece tener decidido el final de la historia. Si el fútbol peruano no recupera la credibilidad, ningún título —por legítimo que parezca— valdrá más que la duda que lo acompaña.

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