Cuando los partidos son de alto voltaje, cuando el estadio ruge y la presión aprieta, es ahí donde uno espera que aparezcan los hombres de peso, los que conocen el oficio, los que ya han pasado por guerras similares. Por eso, la actuación en Alianza Lima de Carlos Zambrano y Paolo Guerrero ante Talleres deja más que un sinsabor. Deja una sensación de desprotección para un grupo que esperaba respaldo y encontró fallas.
Zambrano, otra vez, no terminó el partido. Su expulsión, innecesaria y previsible, dejó a Alianza con uno menos cuando aún quedaba un mundo por jugar. Su vehemencia —esa que muchas veces se aplaude— terminó volviéndose un lastre. ¿Cuántas veces más tendrá que pagar caro el equipo por su exceso de temperamento?
Y lo de Guerrero, aunque menos escandaloso, fue igual de frustrante. Tuvo la chance de meter a Alianza en el partido con ese penal que pudo ser el 2-1 y, tal vez, abrir una posibilidad de reacción. Pero falló. Y más allá de la ejecución, quedó la sensación de que Paolo aún no logra ser ese faro que se necesita en noches de Libertadores. La entrega está, la jerarquía también… pero el peso específico todavía no aparece en esta Copa.
¿Y si Hernán Barcos hubiese sido el encargado? El 'Pirata' ha demostrado una y otra vez ser decisivo, confiable y comprometido. Sin escándalos, sin poses, ha marcado goles importantes y cargado al equipo en los momentos en que muchos se escondían. ¿No merece, acaso, otra oportunidad desde el arranque?
Porque cuando tus referentes no responden, el grupo se tambalea. Y Alianza Lima necesita más que nombres: necesita líderes reales en el campo, no solo en la hoja de vida.
Queda un partido por jugar y aún hay opciones de pelear por un cupo a la Copa Sudamericana. Pero será imposible si quienes deben marcar el camino son precisamente los que fallan en las curvas más peligrosas.
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